La industria energética tiende a ocultar los efectos
negativos de su negocio. Es una postura lógica: nadie tira piedras sobre su
propio tejado y, por supuesto, los grandes productores de energía no van a perjudicar
voluntariamente los intereses de su sector publicitando la parte fea del
asunto. Así, mientras puedan, negarán en la medida de sus capacidades cualquier
evidencia contraria, incluso de hechos demostrados como el calentamiento de la
atmósfera de la Tierra debido a la emisión de gases de efecto invernadero.
Por desgracia, los hechos desmienten a estos visionarios
interesados (en seguir cobrando el jugoso sueldo que les pagan las energéticas
por servirles de publicistas). No hay accidentes graves muy a menudo en las
centrales nucleares, eso es cierto (por ahora), pero también es verdad que
cuando ocurre uno las consecuencias son devastadoras, afectan a territorios
enormes y los efectos se pueden considerar virtualmente eternos.
Aparte de la inversión que podríamos llamar «natural», es
decir, la construcción de la central, su explotación, abastecimiento y
mantenimiento, que de por sí no son exiguos, la industria suele obviar otros
gastos que están muy lejos de ser agua de borrajas. Con el agravante de que,
además, son costes que no paga la industria, sino el Estado, es decir,
nosotros, los ciudadanos.
Central Nuclear San Onofre Tomado de Wikipedia,org |
Entre estos costes ocultos tenemos: 1. La seguridad de las
instalaciones nucleares. Un gasto
que pagan los ciudadanos con sus impuestos.. 2. La gestión de los residuos: los desechos nucleares se mantienen
activos durante décadas o siglos y son muy peligrosos. El precio de procesar y vigilar esta
basura radiactiva es también una competencia del Estado que repercute en
nuestros bolsillos, no en los del dueño de la central; 3. El desmantelamiento
de las plantas nucleares también queda a cargo del sector público por motivos
de seguridad y sanitarios. Más dinero de los impuestos arrojado a este pozo sin
fondo de energía «barata» que no lo es tanto.; 4. La moratoria nuclear que
adoptaron algunos países, entre ellos España, no le sale gratis al ciudadano.
En este caso la decisión de no construir más centrales nucleares la cobran las
productoras de energía en el recibo de la luz, directamente al consumidor. 5.
Las subvenciones a las industrias energéticas son selectivas en la mayor parte
de los países del mundo: se centran más en la investigación y producción de
energía de fisión que en otros sectores, como, por ejemplo, las renovables. Porque la energía nuclear genera más
beneficios (precisamente por ser más cara: las energías baratas e inagotables,
como la solar, son un mal negocio). Y también porque hay intereses
estratégicos: la tecnología de fisión que se usa en las centrales es la misma
que sirve para fabricar armas atómicas.
En resumen, si las industrias energéticas tuvieran que asumir
directamente los costes de la producción nuclear, jamás se habría construido
una sola central (al menos para la generación de energía; otra cosa es la
cuestión de la barbarie militar, por supuesto).
Hay muchas cuestiones reprobables en la producción,
distribución y consumo de energía (y la responsabilidad no es sólo de los
fabricantes, sino también de los gobiernos y en parte de los consumidores),
pero pocas resultan más preocupantes que las relacionadas con la fisión
nuclear, que no sólo nos cuesta una pasta a los ciudadanos, sino que sirve,
dicho sea de paso, como un escalón más del sistema de terror mundial que, desde
los años de la Guerra Fría hasta hoy, sirve para reprimir la contestación
social y ciudadana, ahogada en la gran marea del liberalismo
policial-militar-consumista.
Juliana Castelblanco Castellanos
Catedra Salud Ambiente
U.D.C.A
Publico.es/econuestra internet].Lechado. J.M. Lo Que Nos Cuesta De Verdad La
Energía Nuclear. 24 Noviembre 2015.disponible en: http://blogs.publico.es/econonuestra/2015/11/24/lo-que-nos-cuesta-de-verdad-la-energia-nuclear/#
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